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Estados Unidos: ¿Antropólogos o espias? Afganistán e Iraq abren de nuevo la batalla académica

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Sergio D. López.

El pasado día 5 de octubre, el New York Times publicó un artículo referente al caso de un “arma” fundamental al servicio del ejército norteamericano: Tracy. Se trata de una antropóloga, miembro del equipo de científicos sociales reclutados por el Pentágono y que se ha ganado el respeto de los oficiales de la armada. Tracy (un pseudónimo, por supuesto) ha logrado informar nítidamente sobre el tejido tribal y social de la población local en el terreno bélico. En palabras de uno de los coroneles del ejército, desde su entrada en el campo, las actividades bélicas de las tropas se han podido reducir hasta un 60%, transfiriendo el uso de estos recursos para mejorar los sistemas de seguridad, salud y educación.

Durante el mes de septiembre, el secretario de defensa autorizó el incremento presupuestario en 40 millones de dólares para reclutar equipos de antropólogos y otros científicos sociales que serían asignados a cada una de las 26 brigadas de combate desplegadas en Afganistán e Iraq. Ya han sido creados cinco nuevos equipos que están operando en Bagdad.

A raíz de ello, la crítica ha estallado en la academia, a través de un debate en el que ha tomado parte, entre otros Marshall Sahlins. Basado en sucesos históricos del pasado, algunos académicos han venido a denominarlo como “antropología mercenaria”, denunciando su uso como una práctica al servicio del beneficio político.

El antropólogo Hugh Gusterson, profesor de la George Mason University, así como otros 10 antropólogos, se han apresurado a difundir un manifiesto de denuncia pidiendo el boicott a dichos equipos de antropólogos, especialmente a los que están actuando en Iraq.

Los oficiales estadounidenses entrevistados han manifestado que el consejo de los antropólogos ha resultado ser “brillante” y que les ha ayudado a “ver la situación desde la perspectiva afgana y permitirles reducir las operaciones de combate.” Su único objetivo, han indicado, es mejorar la eficiencia del nuevo gobierno, convencer a los pueblos tribales a colaborar con la policía, reducir la pobreza y proteger a los habitantes rurales de los talibanes y los criminales. Tanto los afganos como los oficiales occidentales elogian la labor de los antropólogos, así como la nueva estrategia del ejército, si bien son prudentes a la hora de predecir resultados a largo plazo.

Por ejemplo, el equipo de antropólogos desplegados en Afganistán jugó un papel fundamental en la llamada “Operación Khyber”. Se trató de una exploración de 15 días en el pasado verano en el que 500 afganos y 500 soldados norteamericanos trataron de neutralizar a aproximadamente 200 insurgentes talibanes que asaltaban las carreteras a veces a través de ataques suicidas contra las tropas norteamericanas y los políticos locales.

Otro caso: en uno de los distritos donde estuvo, Tracy identificó un serio nivel de mujeres viudas, dentro de una de las aldeas. Su bajo nivel de renta creaba una alta presión sobre sus hijos para proveer a sus familias de recursos, un factor que impulsaba a los jóvenes a formar parte de grupos insurgentes a cambio de dinero. Siguiendo el consejo de Tracy, los oficiales norteamericanos pusieron en marcha un programa inmediato de trabajo y formación para las viudas.

En otro distrito, los antropólogos interpretaron la decapitación de uno de los ancianos tribales como un rarísimo suceso tras el cual estaban los talibanes. Su objetivo con esa decapitación, dijeron, era dividir y así debilitar a los zadran, una de las más poderosas tribus del sudeste de Afganistán. Si los Afganos y los oficiales norteamericanos eran capaces de unir a los zadram, los talibanes estarían completamente bloqueados para influir en ese área.

Uno de los coroneles decía claramente “llamadlo como queráis, pero esto funciona. Ayuda a definir los problemas, y no sólo los síntomas”

El proceso de creación de estos equipos se atribuye a una propuesta de la antropóloga M. McFate, formada en la Universidad de Yale y que trabajó para la marina norteamericana mejorando la estrategia militar a través de la aplicación de la ciencia social y la creación de bases de datos de población local. McFate ha despreciado las críticas recibidas por la academia bajo la afirmación de que “lo que se hace no es militarizar la antropología, sino antropologizar al ejército”.

Roberto J. González, profesor de antropología de la universidad estatal de San José, ha acusado a los componentes de estos programas como ingenuos y anti-éticos. Dijo que tanto el ejército como la CIA han usado continuamente la antropología para campañas de propaganda y contrainsurgencia, y que a largo plazo -manifestó en el periódico mensual Anthropology Today harán muchísimo daño a la disciplina.

Pero según Tracy, el objetivo principal es reducir el uso de operaciones de armamento orientadas únicamente a matar a los insurgentes, algo que sólo logra aglutinar a la población para crear más insurgencia. “Se trata de no comenter los mismos errores que cometimos en Iraq”, indica.

Y volvamos al debate académico ¿qué dijo Marshall Sahlins? El autor de Stone Age Economics escribió una carta abierta al New York Times arrementiendo de forma doble. Por un lado contra aquellos antropólogos cuya única preocupación se ha centrado en saber lo que la gente pensará de ellos cuando vayan a hacer trabajo de campo si se les etiqueta de espías. Por otro, contra aquellos antropólogos que colaboran en conseguir que los sistemas de vida occidentales se impongan sobre los locales. El debate en la red está servido, y para el que quiera seguirlo puede consultar http://savageminds.org/2007/10/11/marshall-sahlins-on-anthropologists-in-iraq/

Afortunadamente, tras ver todo lo que se está montando en Afganistán e Iraq, todavía hay ingenuos que creen que los antropólogos no valen para nada.
La fuente de la presente carta es el número de OCTUBRE 2007 de AIBR, Revista de Antropología.